DiEnTe De LeÓn
miércoles, 28 de enero de 2009
He contemplado la mitad, perpleja me he quedado ante la magnificencia del viento, que ha hecho volar pequeños helicópteros imperceptibles a mis ojos ya ciegos, pero que se vuelven ciertos sobre la piel y en mi nariz que estornuda ante el polvo viejo.
Volar, mientras las partículas se convierten en seres lejanos, centrifugados en el aire, perdidos sobre la faz de la tierra, algunos transcurren unos cuantos pasos, otros se quedan y otros viajan más lejos de lo programado.
Y los rayos del sol absorben el espacio no ocupado por el diente de león, que se desintegra como la vida, en un soplo, porque la felicidad efímera cae en la tierra, dejando un tronco seco tras ella, pero mientras eso pasa las pequeñas partículas vuelan recorriendo su propio camino.