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Lorena Alcalá
Querétaro, Querétaro.- 14 de septiembre del 09.
Un retrato hecho a lápiz, fechado en 1803, que recientemente se integró al acervo histórico del gobierno del Estado de Querétaro, podría cambiar radicalmente toda la iconografía de una de las mujeres más importantes de México y emblema de nuestro movimiento de Independencia: Doña Josefa Ortiz de Domínguez, la Corregidora.
En esta obra -dada a conocer en exclusiva a DIARIO DE QUERÉTARO por el Gobernador Francisco Garrido Patrón- las características son radicalmente diferentes a las imágenes difundidas del personaje histórico femenino por excelencia en México. La mujer, que mira desde un perfil de ¾, tiene una presencia más juvenil -representa apenas unos treinta y tantos años- es delgada y aunque su rostro es serio, también tiene un dejo de dulzura y suavidad.. Al pie de la obra, que aparece sin firma, sólo hay un nombre, casi ilegible: doña Josefa Ortis (sic).
A punto de iniciarse las celebraciones por el Bicentenario del inicio del movimiento independentista, el gobierno estatal, adquirió dos retratos de los que presumiblemente son los Corregidores de Querétaro Miguel Ramón Sebastián Domínguez Alemán (1756-1830) y María Josefa Crescencia Ortiz Téllez Girón (1773- 1829).
Las adquisiciones se realizaron a través de la Galería AJA, cuya representante Ana Julia Aguado señaló que ambos retratos fueron comprados a su vez a la familia Rivera Riveroll, radicada en el Distrito Federal, descendientes en línea directa de otra mexicana ilustre: Leona Vicario. La restauradora de Bienes Muebles, Laura de la Isla Herrera y el Jefe del Archivo Histórico del estado de Querétaro, Alejandro Obregón Álvarez concuerdan en que con los argumentos con los que se cuentan con las primera investigaciones, de entrada no se descarta la posibilidad de que en estos retratos de los personajes históricos de Los Corregidores de Querétaro, se muestre al fin, el verdadero rostro de doña Josefa Ortiz de Domínguez
La mujer, la heroina, dos pinceladas: su historia
La Corregidora de Querétaro doña Josefa Ortiz de Domínguez es la más conocida, la más recordada de las heroínas de México.
Nació en la capital del Virreynato de la Nueva España el 19 de marzo de 1771, hija del capitán del regimiento de "los morados" don Juan José Ortiz y de su esposa la señora Manuela Girón. Al quedar huérfana fue a hacerles compañía a las señoritas González, que habitaban la casa número 25 de las calles de Santa Clara y quedó bajo la patria potestad de su hermana mayor María Sotero quien, el 16 de mayo de 1789 solicitó del Real Colegio de San Ignacio de Loyola, mejor conocido por el "Colegio de las Vizcaínas", un lugar para Josefa, el cual le fue concedido a partir del día 30 del mes y año citados.
En ese entonces era visitante asiduo de "Las Vizcaínas" el licenciado don Miguel Domínguez y, a primera vista se prendó de la juventud y modestia de la nueva educanda y decidió en su viudez, hacerla su esposa. Cuando el idilio se había formalizado, María Sotero intervino y sacó del colegio a su hermana el 31 de marzo de 1791. El letrado insistió en sus pretensiones y dos años más tarde se solemnizaba el enlace del abogado y la huérfana, el 24 de enero de 1793. Ella, de 22 años escasos y él de 37 cumplidos.
El licenciado Domínguez era influyente, desempeñaba a la sazón la Secretaría de la Real Audiencia y corría la fama de las consideraciones que le habían dispensado los Virreyes Branciforte y Azanza y las que le dispensaba don Félix Berenguer de Marquina, mandatario al que le pidió el nombramiento de Corregidor de la ciudad de Querétaro, importantísimo puesto que le fue conferido en las postrimerías de 1801 o en los primeros días de enero de 1802.
En la ciudad de Querétaro se significaron don Miguel y doña Josefa como una pareja en la que se hermanaban la experiencia y el entusiasmo y pronto despertaron simpatías entre los dirigentes de la sociedad queretana. En pláticas y en tertulias "los Corregidores" manifestaban sus simpatías por la Justicia; su disgusto ante los abusos y sus francos razonamientos en pro de los indios despojados y de las clases menesterosas faltas de conocimientos y de influencia. La consolidación de los capitales de obras pías obligó al Corregidor a formular enérgicas representaciones ante el Tribunal de Minería y las quejas llegaron hasta el Virrey don José de Iturrigaray que le suspendió en el puesto, lo concentró en México y lo retuvo a su lado en los angustiosos meses de agosto y septiembre de 1808. Entonces oyó el licenciado Domínguez la conveniencia de organizar el Virreynato de acuerdo con las doctrinas democráticas, representativas e igualitarias.
Al volver a Querétaro y cambiar impresiones con su esposa, propiciaron las reuniones de la casa número 14 de la calle del Descanso; de la casa número 4 de la calle de la Cerbatana y aun las que se improvisaban en el propio comedor y en la sala de su casa habitación.
El capitán del Regimiento de Dragones de la Reina don Ignacio Allende cortejaba a una de las hijas de los Corregidores y de los cambios de impresiones que tuvieron con él se formó lo que en la Historia Nacional se llama "La Conjuración de Querétaro" en la cual participaban abogados, militares, burócratas, comerciantes, etc., y en la que se significaba por su fe, su entusiasmo y lo incontenible de sus ansias libertarias, doña Josefa Ortiz de Domínguez.
"La Conjuración de Querétaro", al llegar el mes de septiembre de 1810, fue objeto de cinco diversas denuncias y una de ellas, la de Francisco Bueras al Juez Eclesiástico Rafael Gil de León, hizo que el comandante militar García Rebollo ordenara al Corregidor Domínguez el cateo de domicilios y la aprehensión de don Epigmenio y don Emeterio González a quienes hallaron, en su comercio de abarrotes, lanzas, pólvora y balas.
Era el 14 de septiembre cuando doña Josefa, encerrada con llave por su esposo el Corregidor, llamó desde su recámara en forma convenida al alcaide Ignacio Pérez; éste advirtió la urgencia del llamado puesto que la Corregidora golpeó con el tacón de su calzado, repetidamente, en el piso que para el caso del alcaide era el techo de su cuarto dormitorio y al acudir al portón de la casa, por el agujero de la llave le ordenó doña Josefa que sin pérdida de momento ensillara un caballo y se encaminara a San Miguel El Grande a enterar al capitán Allende lo que pasaba en Querétaro. Pérez obedeció y el aviso de la Corregidora determinó la proclamación de la Independencia en la Congregación de Nuestra Señora de los Dolores, la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810.
Precisamente en esta fecha, en Querétaro, la nueva denuncia hecha por el capitán Joaquín Arias al Alcalde Ochoa, obligó a este funcionario a librar la orden de detención del Corregidor Domínguez y su esposa, recluyéndoseles respectivamente en los conventos de la Cruz y de Santa Clara, en donde estuvieron cuatro o cinco días, mientras duró la agitación de los primeros momentos.
Desde fines de septiembre de 1810 hasta el 14 de diciembre de 1813 don Miguel y doña Josefa continuaron sirviendo la corregiduría de Querétaro. En la fecha últimamente citada llegó a la ciudad de Querétaro el arcedeano y célebre bibliófilo don José Mariano de Beristáin y Souza y con violencia denunció a los esposos Domínguez como peligrosos conspiradores y a ella (La Corregidora), "una verdadera Ana Bolena, que ha tenido valor para seducirme a mí mismo, aunque ingeniosa y cautelosamente". Con fecha 23 de diciembre reiteraba Beristáin a Calleja: "Repito a V. E. que la Corregidora es una Ana Bolena y añado hoy que Gil (el Juez Eclesiástico Dr. Rafael Gil de León) es su Wolseo".
El Virrey Calleja envió a Querétaro al licenciado Lopetegui para que enjuiciara y destituyera al Corregidor Domínguez y ordenó al coronel Cristóbal Ordóñez que al pasar con el convoy de San Luis Potosí a México, aprehendiera en Querétaro a la Corregidora y la llevara al convento de Santa Teresa de la capital, lo cual fue ejecutado al inicio de 1814. Fue entonces cuando doña Josefa exclamó: "Tantos soldados para custodiar a una pobre mujer; pero yo con mi sangre les formaré un patrimonio a mis hijos".
El 20 de mayo de 1814, el auditor de guerra Melchor de Foncerrada expresa que doña Josefa "padecía enajenación mental" y proponía una reclusión si el Virrey no permitía que saliera del convento dado el estado grávido de la procesada.
Dos años después el oidor Bataller pide cuatro años de prisión para "La Corregidora", los que principian a contarse a partir de noviembre de 1816 en que es trasladada al convento de Santa Catalina de Sena. Al fin, el Virrey don Juan Ruiz de Apodaca considera una instancia del ex-Corregidor Domínguez en la que expresa cómo pobre, enfermo y con catorce hijos, pide la libertad de su mujer, también enferma y el Virrey la deja en libertad a partir del 17 de junio de 1817.
Cuando se consumó la Independencia, los esposos Domínguez vieron con indiferencia a Iturbide y al Primer Imperio Mexicano. Doña Ana Huarte de Iturbide invitó a doña Josefa a la Corte y la dolorida dama exclamó: "Dígale usted que la que es Soberana en su casa, no puede ser dama de una Emperatriz".
En la casa habitación de los ex-Corregidores, sita en la calle del Indio Triste número 2, se reunían los generales Victoria, Guerrero, Bravo, López Rayón, Michelena, etc., y de esta "nueva conjuración" salió, en marzo de 1823, el Supremo Poder Ejecutivo, el cimiento de la República Federal iniciada el 4 de octubre de 1824.
A los 61 años de vida, el 2 de marzo de 1829 dejó de existir, víctima de una pleuresía, la animosa mujer que en su entusiasmo advirtió una Patria Mexicana feliz, independiente y libre.
Doña Josefa Ortiz de Domínguez fue la madre de cuatro hombres y ocho mujeres en el orden siguiente: José, licenciado Mariano, Miguel, Ignacia, Micaela Juana (madre de los Iglesias Domínguez), Dolores, Manuela, Magdalena, Camila, Mariana y José "el chico".
Dos monumentos ha levantado la gratitud nacional a la memoria de doña Josefa Ortiz de Domínguez; el de Querétaro que se alza en el Jardín de la Corregidora y el de la plaza de Santo Domingo en México, frente a la mole de la Inquisición: estatua sedente en donde la Heroína – encarnación de la Libertad – mira serenamente al despótico Tribunal de la Fe.
Texto de RICARDO COVARRUBIAS tomado de su libro MUJERES DE MEXICO